El Chelsea FC es uno de los más antiguos de Londres, uno de esos equipos «grandes» que nunca ganaban nada, que levantaban el nivel de la competencia, pero que no trascendían.

Este Chelsea tiene muchas lecturas desde hace años. Muchos creen que el Chelsea inició con Mourinho porque no les tocó ver a los ídolos de un moderno antaño: Desailly, Gianfranco Zola y Gianluca Vialli resumen el tamaño de equipo que era el Chelsea antes de su dueño ruso.

Hace 9 años, un millonario petrolero ruso viajaba sobre Londres cuando quedó enamorado de una estructura que se veía a kilómetros de altura: «¿Qué es eso?, preguntó. «Es un estadio de futbol, señor», respondió un acompañante suyo. El ruso bajó directo a Stamford Bridge y compró al equipo azul.

Abramovich tomó una plantilla que acaba de clasificar a la Champions bajo el mando de Claudio Ranieri y de ahí impulsó a esta institución a trascender y lograr ese título. Era su obsesión y en mayo del 2012 lo logró.

Es justo decir que la estructura central, los principios y funciones que este equipo maneja de memoria se debe a Mourinho. El portugués hizo y deshizo las estructuras del Chelsea a su gusto: Glen Johnson, Tiago Mendes, Joe Cole, Damien Duff, la Brujita Verón, Geremi, Makelele, Del Horno, Robben, etc., etc. Tantos jugadores que él solicitó, explotó y después exportó y a los que utilizó para darle a este equipo su identidad actual: el equipo que pelea, que sabe a que juega y que maneja tantos perfiles de estructura dentro del campo de juego como sea necesario.

Esa estructura elemental pasa por la columna vertebral de este equipo que acaba de ganar su primera Champions: Cech (que en su tiempo sustituyó a Cudicini), Terry, Lampard (generado por  Harry Redknapp en el West Ham) y Drogba. Esos jugadores que, desde que llegaron, se empaparon e hicieron suya esa filosofía de ganar, ganar y ganar.

¿Quién no se acuerda de la máquina de ganar que fue el Chelsea de Mou? Y después de esa adherencia de carácter hasta la médula, el portugués se fue a Italia (después de empatar con el Rosenborg en la Competencia Europea, a la cual llevan 10 años seguidos clasificando), para que Avant Grant los llevara a su primera final europea.

Terry, siempre Terry (el Sergio Ramos inglés) hizo el oso y al resbalarse en Moscú para meter el penal vencedor, permitió que el ManU ganara la orejona. Parecía que el Chelsea regresaría a esa instancia lo más rápido posible. Pero no llegó a esa velocidad por su mala suerte (jugar contra Mou) o por toparse con su ya acérrimo rival europeo (Barcelona); por tantos cambios de técnico (Ancelotti, Hiddink, Villas-Boas) y demás circunstancias de este deporte.

En un año que parecía ser mediocre al nivel Fernando Torres (el nuevo Figo Pesetero de la Barclays) el Chelsea venció al Liverpool en la final de la FA Cup y desarmó a un Barcelona almidonado en su repetición histérica de tic-tac-reloj, para meterse a la final contra el Bayer München… en München mismo.

Cech fue el héroe, el hombre del partido, pero al que mete el penal decisivo siempre lo encumbren. Drogba era el héroe de esta historia (gracias a un ex-Chelsea, hay que decirlo, pues Robben falló un penal) y el club inglés se encumbró con los grandes de Europa.

Esta generación parece terminar poco a poco… la edad los alcanza y la identidad se desgasta, pero me quedo con las palabras de Drogba: «Creo mucho en el destino. Estaba escrito desde hace mucho tiempo que el Chelsea lograría el campeonato. Este equipo es increíble, le dedico esta copa a todos los entrenadores y jugadores que tuvimos antes», expresó.

«Esto es lo que hemos estado haciendo durante años y años y años, ese es el espíritu que tenemos», celebró el goleador africano.

 

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