“¿Sabías que los jugadores se rapan para estar peloncitos como ustedes y, de esta manera, mostrarles su apoyo?”; la pregunta anterior se la hizo el conductor del programa de TV Azteca TAXI LIBRE a un niño con cáncer que transportaba (junto con su madre) a un hospital en la Ciudad de México. El jugador con el que hacía referencia este personaje era a un joven dientón y buena onda llamado Ronaldo Luis Nazario da Lima, un personaje que destacaba por su potencia, regate, arranque, técnica, pero sobre todo, por su pelona.
En una edad física de mi vida, donde mi cabello cae todos los días, siempre me pregunto a que peloncito futbolero me gustaría parecerme; los hay nacionales e internacionales, famosos, callados pero efectivos y con destellos de mucha calidad.
Muchos calvos están en la historia del futbol, muchos rapados a propósito y muchos por cuestión genética. ¿Cómo olvidar el consolidado beso de Laurent Blanc a Fabien Barthez en la pelona antes de cada partido (cábala que les dio un campeonato mundial)? Cómo olvidar a tantos que decían que Zizou parecía un monje franciscano con su peloncita cuando aún le quedaba algo de cabello!
Roberto Carlos y su cabeza rapada… aparte de su cañón en la zurda; Makelele y sus sútiles toques; Gravesen y su tosca arrogancia (complementadas con un corazón enorme); Gianluca Vialli y su enorme temple; Cantona y su clase orgullosa; Jaap Stam y su cabeza de piedra mientras le cosían un ceja en una Eurocopa en la banda, después de un cabezazo mal dado (ni parpadeó mientras le ponían como 10 puntos), y tantos ejemplos de cabezas lisas o con muy poco cabello que han trascendido en este deporte.
Después de hacer tanta memoria, sé que siempre pensaré en R9 después de escuchar “pelón”.